Después de la comida, un mareo me invadió de repente. Mi esposo me sostuvo, con voz suave: “Aguanta, cariño, te llevaré al hospital.” Pero giró en un camino de tierra y susurró: “Envenené tu comida. Tienes treinta minutos. ¡Sal del auto!” Temblando, me bajé y me quedé sola en la oscuridad. Pensé que todo había terminado… hasta que escuché pasos acercándose entre los árboles. Alguien sabía más de lo que imaginaba.
La comida había sido ligera, el cielo despejado y la carretera tranquila, lejos del bullicio de la ciudad. Conducía junto a mi esposo, Thomas Evans, por un camino rural en las afueras de Sevilla. De repente, un mareo me invadió de manera intensa, obligándome a apoyar la cabeza sobre su hombro.
—Aguanta, cariño, te llevaré al hospital —dijo Thomas con voz suave, mientras sostenía mi brazo para evitar que me cayera.
Sentí alivio por su aparente cuidado, pero entonces giró el volante hacia un camino de tierra. Mi corazón comenzó a latir más rápido. La tranquilidad de la carretera se transformó en miedo palpable. Thomas se inclinó hacia mí y susurró, con una frialdad que me heló la sangre:
—Envenené tu comida. Tienes treinta minutos. ¡Sal del auto!
El mundo se volvió un torbellino. Mi esposo, en quien confiaba, había roto todo sentido de seguridad. Temblando, obedecí, abriendo la puerta y bajando del coche. El aire nocturno me golpeó con fuerza. La oscuridad era absoluta, y la carretera de tierra se perdía entre sombras y árboles.
Quedé sola, con el miedo apretando mi garganta. Cada ruido parecía multiplicarse: ramas que crujían, hojas que susurraban bajo mis pies. Mi mente trataba de procesar la traición, pero el instinto de supervivencia me obligó a mantenerme alerta.
Pensé que todo había terminado, que estaba sola frente a la amenaza más directa que jamás hubiera enfrentado. Hasta que escuché pasos acercándose entre los árboles. Lentamente, firmes, calculados. Alguien sabía más de lo que yo podía imaginar. Cada golpe seco en el suelo amplificaba la tensión, y comprendí que no podía confiar en nadie… y que, si quería sobrevivir, debía actuar rápido.
Mis ojos buscaban un refugio, algo que pudiera protegerme, mientras mi mente ideaba un plan improvisado. La traición de Thomas me había dejado vulnerable, pero no indefensa. Cada segundo contaba, y cada sombra podía ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Avancé lentamente entre los árboles, tratando de mantenerme silenciosa. Cada crujido de ramas me hacía detenerme, y el sonido de pasos detrás de mí me obligaba a girar con cautela. La luna, apenas visible entre nubes densas, ofrecía poca luz.
Recordé el frasco de agua en mi bolso. Podía usarlo como arma improvisada si era necesario. Respiré hondo y traté de escuchar más que mirar. Algo me decía que no estaba sola por casualidad: alguien había planeado esto, alguien que sabía que Thomas no sería suficiente para controlarme.
A lo lejos, vislumbré un vehículo estacionado. Su motor estaba apagado, pero las luces interiores parpadeaban tenuemente. No podía acercarme sin arriesgarme a ser vista, así que decidí rodearlo, buscando un lugar donde esconderme mientras intentaba contactar a alguien de confianza.
Mi teléfono estaba en el coche. Sabía que Thomas lo había previsto, pero debía intentarlo. Caminé en círculos, manteniéndome entre los árboles, hasta que encontré una roca grande para apoyarme y tomar un respiro. Cada minuto parecía una eternidad.
Entonces, una figura emergió de la oscuridad: un hombre alto, rostro parcialmente oculto por una capucha. No dijo nada, solo me observó. Sus movimientos eran lentos, deliberados, y cada paso que daba aumentaba la presión en mi pecho. Sentí miedo, pero también una chispa de determinación. No podía permitir que me vencieran.
Usando el terreno a mi favor, corrí hacia un lugar más seguro, escondiéndome entre arbustos densos. Escuché al hombre gritar algo, pero la distancia y el viento lo hicieron ininteligible. Sabía que si me atrapaba, el veneno y Thomas serían solo el principio.
Logré llegar al borde del camino, donde una luz distante iluminaba una casa habitada. Golpeé la puerta desesperadamente. La familia que respondió me miró con sorpresa, pero entendió la urgencia de inmediato. Llamaron a la policía y me ofrecieron refugio.
Mientras esperaba a los oficiales, pude pensar con claridad. Thomas me había traicionado, pero alguien más estaba involucrado. La red de peligro era más grande de lo que imaginaba. Los agentes llegaron minutos después y comenzaron a registrar la zona. Encontraron el vehículo de Thomas y rastros que confirmaban la intención de asesinato.
Gracias a la rapidez y a mi instinto, sobreviví. El proceso legal reveló que Thomas actuaba bajo la influencia de una red criminal local, buscando eliminarme y tomar el control de ciertos bienes familiares. La investigación permitió desarticular parte de esta red, y logré recuperar mi seguridad.
A partir de esa noche, mi vida cambió para siempre. Aprendí a confiar en mis instintos, a valorar cada segundo y a nunca subestimar la amenaza que alguien cercano podía representar. La oscuridad de aquel camino rural se convirtió en un recordatorio: la supervivencia depende de rapidez, ingenio y valentía.


