Eleanor Vance ajustó la correa de su bolso de piel sintética, cuyo material barato se hundía ligeramente en su hombro. Aquella prenda humilde era la pieza central de su disfraz: una mujer que vivía con una pensión mínima, tal vez un poco abrumada por el lujo ajeno. En realidad, Eleanor era la directora general de Aether Holdings y ganaba cuarenta mil euros al mes, un secreto que había guardado incluso de su propio hijo. Siempre había vivido con sencillez; Daniel pensaba que su madre apenas tenía recursos.
Esa noche sería una prueba. Eleanor quería saber cómo la tratarían Richard y Victoria Sterling, los padres de su nuera, cuando creyeran que era una mujer sin dinero.
Daniel, impecable con su traje, la miró con preocupación.
—Mamá, ¿segura que estás bien? Solo es una cena. Son formales, pero buena gente.
Eleanor le apretó el brazo, fingiendo inseguridad.
—Sí, hijo. Solo me impresiona tanta… elegancia.
La puerta del enorme chalet se abrió, revelando un vestíbulo de dos plantas iluminado con lámparas brillantes. Charlotte, la esposa de Daniel, la abrazó con cierta distancia.
—Señora Vance, bienvenida.
Eleanor avanzó con un paso levemente torpe, interpretando a la perfección a una mujer humilde. Pero antes de decir nada, apareció el matrimonio Sterling. Victoria bajó las escaleras envuelta en joyas y seda, con una mirada que mezclaba cortesía y condescendencia.
Richard, sin embargo, se quedó petrificado. Estaba saludando a otro invitado cuando giró la cabeza. Su sonrisa profesional desapareció al instante. Sus ojos, normalmente calculadores, se abrieron con asombro puro. Reconoció al instante a Eleanor: la mujer que dirigía la empresa de inversiones de la que dependían varios negocios suyos.
Avanzó hacia ella, olvidando al resto de invitados. Su voz se volvió un susurro incrédulo.
—¿Eleanor? ¿Vance?…
La palabra quedó suspendida en el aire, como cristal a punto de romperse. Daniel y Charlotte se miraron confundidos ante la reacción de Richard.
—Papá, ¿qué ocurre? Es la madre de Daniel —intervino Charlotte—. Está jubilada.
Pero Richard no la escuchó. Tenía los ojos clavados en Eleanor.
Eleanor reaccionó rápido.
—¿Nos conocemos? ¿De alguna asociación del barrio? Soy mala con las caras.
Era una negación torpe, pero Richard entendió el mensaje: no me descubras. Adoptó una sonrisa forzada.
—Disculpe, señora Vance. Se parece mucho a una colega muy influyente. Bienvenida.
Victoria soltó una risa ligera.
—Richard, cariño, siempre pensando en el trabajo. Eleanor, querida, espero que no haya sido un viaje largo. Vamos al salón a tomar algo. Richard, tráele un jerez suave.
Durante los aperitivos, Victoria lanzó varias preguntas condescendientes sobre la “vida sencilla” de Eleanor: si su pensión alcanzaba, si tenía hobbies económicos, si estaba acostumbrada a casas tan grandes. Eleanor respondió con humildad fingida, observando cómo Daniel se moría de vergüenza.
El momento crítico llegó cuando Richard recibió una llamada urgente sobre una corrección del mercado.
—Necesitamos la aprobación de Aether Holdings antes de la apertura… sí, Aether —susurró con preocupación.
Victoria, sin entender nada, comentó con tono ligero:
—Aether Holdings… deben de vivir estresadísimos allí. Qué vida más complicada.
Eleanor suspiró con suavidad.
—Uf, sí. Suena terrible. Yo prefiero mis noches tranquilas.
Richard apretó los labios; aquella farsa era un infierno para él.
Cuando pasaron al comedor, Eleanor supo que la verdad no podría ocultarse mucho más.
La mesa estaba decorada con cubertería de plata que probablemente costaba más que el primer coche de Eleanor. El ambiente era tenso. Daniel intentaba desviar la conversación para evitar preguntas incómodas sobre la “situación económica” de su madre.
De pronto, Richard dejó la servilleta en la mesa con determinación.
—Basta. Mi familia debe saber la verdad sobre la señora Vance.
Victoria frunció el ceño.
—Richard, por favor, deja a la pobre mujer cenar tranquila.
Pero él continuó:
—Eleanor Vance no es simplemente la madre de Daniel. Es la directora general de Aether Holdings, la empresa que sostiene inversiones clave de mi cartera. Su posición es una de las más respetadas y discretas del sector financiero.
Charlotte abrió la boca. Daniel se quedó helado.
—¿Mamá…? ¿Tú trabajas ahí?
Eleanor dejó caer finalmente la fachada. Su expresión se volvió firme, tranquila y segura.
—Sí, hijo. Lo siento. Nunca te lo conté porque mi vida profesional no define quién soy como madre. Vivo con sencillez porque quiero. Pero esta noche necesitaba saber algo importante.
Miró a Victoria con calma absoluta.
—Quería ver cómo trataríais a la madre de vuestro yerno si creyeseis que no tenía nada. Y, Victoria… ya tengo mi respuesta.
Victoria se quedó sin palabras.
—Quería saber si mi hijo se había casado con una familia que valora la bondad y el respeto… o solo el dinero. Charlotte, siempre me has tratado con cariño, y te lo agradezco. Daniel, perdona el secreto. A veces hay que jugar al juego para descubrir quiénes son los verdaderos jugadores.
La cena continuó, incómoda pero sincera. Las máscaras habían caído. Y por primera vez, podían hablar de valores reales, de expectativas y del amor sin condiciones.



