Mi madre y mi hermana llevaron a mi hija de 3 años al centro comercial, y ella desapareció. mi madre dijo: “se alejó por su cuenta”. mi hermana se rió: “deberías haberle puesto una correa, ¿verdad?”. cuando corrí al centro comercial, un guardia de seguridad me llamó aparte en silencio. “señora, por favor, mire esto”. lo que apareció en la cámara de seguridad fue…

Cuando recibí la llamada de mi madre diciendo que mi hija Sofía, de apenas tres años, había desaparecido en el centro comercial, sentí cómo todo el aire se me escapaba del pecho. Apenas pude escuchar sus explicaciones entrecortadas: “Se nos soltó de la mano… se distrajo con una vitrina… no la vimos cuando se alejó”. Mi hermana, desde el fondo, añadió entre risas nerviosas: “Deberías ponerle una correa a esa niña, ¿no?” Su tono me atravesó como una cuchilla.

Cuando llegué al centro comercial, mis piernas temblaban. La seguridad ya había acordonado el pasillo principal, varios guardias revisaban tiendas y pedían a los visitantes describir si habían visto a una niña pequeña con un vestido amarillo. Todo sonaba a un eco lejano, como si el mundo se hubiera convertido en un túnel estrecho donde solo cabían el miedo y mi respiración entrecortada.

Un guardia se me acercó, con expresión tensa.
—Señora, por favor, venga conmigo. Necesita ver esto.

Me condujo hasta la sala de monitoreo. Mis manos sudaban tanto que temí no poder apoyarlas sobre la mesa sin dejar un charco. El guardia adelantó la grabación de una cámara situada en el área de juegos cercana a una tienda de electrónicos.

Allí estaba Sofía. Caminaba tranquila, sosteniendo un pequeño globo que no recuerdo haberle dado. De pronto, una mujer apareció desde el borde del cuadro: cabello oscuro recogido, chaqueta verde, una bolsa grande colgando del brazo. No tocó a Sofía de inmediato; primero se inclinó como si le hablara. Sofía levantó el globo y pareció mostrarle algo con entusiasmo infantil. La mujer sonrió.

Entonces, con un gesto calculado, la mujer tomó la mano de mi hija.

No hubo forcejeo. No hubo resistencia. Solo la imagen devastadora de mi pequeña dejando atrás el pasillo, llevada por aquella desconocida como si fueran madre e hija.

Mi garganta se cerró. El guardia pausó el video justo en el instante en que la mujer volvía la cabeza ligeramente hacia la cámara, permitiendo ver casi de frente su rostro sereno, seguro, como si supiera perfectamente lo que hacía.

—La estamos buscando —dijo el guardia—, pero hay algo más. Mire la hora. Esa toma es de hace treinta y cinco minutos.

Sentí las piernas ceder. Treinta y cinco minutos. En ese tiempo, alguien podía desaparecer para siempre.

La pantalla seguía congelada en el rostro de la mujer, y entonces el guardia añadió algo que hizo que el mundo entero se me helara:

—Señora… esta no fue la única cámara que la grabó.

Me mostraron una segunda grabación, esta vez desde la salida sur del centro comercial. En ella, la mujer caminaba con Sofía en brazos, como si la niña estuviera cansada. Mi hija apoyaba la cabeza en su hombro, confiada, ajena al peligro. Lo que me golpeó de inmediato fue la rapidez con la que la mujer avanzaba; ya no parecía una desconocida casual, sino alguien con una ruta trazada.

—Identificamos que salió por esta puerta —explicó el guardia—. Pero no la vemos cruzar el estacionamiento exterior.

—¿Cómo que no? —pregunté, casi sin voz.

—Porque tomó el pasillo lateral hacia las rampas del nivel subterráneo.

Abrí los ojos con incredulidad. Ese pasillo era angosto y poco transitado, usado casi solo por personal de mantenimiento. ¿Cómo sabía de su existencia? Una sensación amarga subió por mi estómago: esto no era improvisado.

Mientras revisaban la grabación cuadro por cuadro, intentaba mantenerme en pie. Mi madre lloraba en silencio a mi lado; mi hermana, pálida, había perdido toda su arrogancia. Pero yo apenas podía mirarlas. Toda mi mente estaba enfocada en entender por qué alguien se llevaría a mi hija.

—¿Creen que fue secuestro? —logré preguntar.

El guardia suspiró.
—Señora… normalmente estos casos implican algún tipo de observación previa. Necesitamos saber si usted notó algo extraño en días recientes. ¿Llamadas, personas rondando, alguien que pareciera interesarse demasiado en la niña?

Negué con la cabeza, aunque una inquietud me rozó el pensamiento: hacía semanas que notaba un automóvil gris estacionado cerca de mi edificio a horas extrañas. Nunca hice relación con nada peligroso. Tal vez había sido un error no mencionarlo antes.

Siguieron avanzando la grabación. De pronto, la imagen mostraba la rampa hacia el subnivel dos. Allí, la mujer ya no llevaba a mi hija cargada; Sofía caminaba a su lado mientras sostenía la bolsa grande. La mujer se detuvo frente a una columna y sacó algo del interior: parecía una chaqueta infantil. Ayudó a Sofía a ponérsela, cubriendo por completo el vestido amarillo.

Un disfraz. Un cambio rápido para despistar.

El guardia murmuró:
—Esto es demasiado metódico.

Yo apenas podía respirar. Si la mujer había planeado tanto, ¿qué posibilidades tenía yo de alcanzarlas?

De pronto, un técnico de seguridad entró en la sala.
—Señor, encontramos otra pista. En la cámara del área de carga.

Todos nos acercamos a la pantalla. Allí aparecía una camioneta blanca detenida junto a una puerta de servicio. La mujer subió primero. Luego, un hombre joven bajó de la camioneta, miró hacia ambos lados con evidente nerviosismo y tomó a Sofía en brazos. La acomodó en el asiento trasero y cerró la puerta.

La camioneta salió de la escena sin dejar rastro.

El silencio se volvió insoportable. Era evidente que no se trataba de un acto impulsivo: había más personas involucradas, un vehículo preparado, una salida que evitaba el tránsito principal.

El jefe de seguridad giró hacia mí:
—Necesitamos que venga con nosotros a la oficina de la policía. Esto ya está siendo clasificado como secuestro organizado.

Mis piernas se movieron sin consultarme. Mi corazón latía con tanta fuerza que dolía. Pero entonces recordé algo que había pasado por alto: el globo.

Ese globo no era de Sofía. Y su color, su forma… yo lo había visto antes.

Mientras la policía nos escoltaba hacia la salida, mi mente giraba en círculos alrededor del globo. Era rojo, con pequeños dibujos blancos en forma de estrellas. No era del centro comercial. No lo vendían allí. Lo sabía porque la semana anterior Sofía había querido uno y no lo encontramos.

Entonces… ¿de dónde lo había sacado?

Empecé a reconstruir mentalmente la imagen: la mujer acercándose, el globo ya en su mano, ofreciéndoselo como si fuera un regalo inocente. Un señuelo perfecto para una niña tan pequeña.

En la estación de policía revisaron nuevamente los videos. Esta vez, puse atención a detalles que antes me parecían irrelevantes. La mujer siempre mantenía la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo, el cabello cubriéndole parte del rostro. El hombre que la ayudó no parecía un profesional, sino alguien nervioso, improvisado… como si formara parte de algo que lo superaba.

La oficial que tomó mi declaración, una mujer de voz calmada, me preguntó:
—¿Tiene algún conflicto familiar? ¿Algún problema legal? ¿Alguna persona resentida con usted o su familia?

Negué, aunque mi mente insistía en una posibilidad que me negaba a aceptar: el padre de Sofía. Había estado ausente desde el embarazo. A veces enviaba mensajes confusos, reclamando derechos que jamás ejercía. Pero ¿sería capaz de algo tan extremo? ¿O alguien relacionado con él?

Mientras analizábamos esa hipótesis, un agente entró con noticias nuevas.
—Hemos identificado la camioneta blanca. Pertenece a una empresa de reparto que tuvo un robo de vehículos hace dos semanas. Podrían estar usándola para no levantar sospechas.

Eso indicaba algo más grande que un conflicto personal. Una organización capaz de robar vehículos, estudiar rutas, manipular cámaras laterales, explotar puntos ciegos del centro comercial.

Me invadió una mezcla de desesperación y furia.
—¿Cuánto tardarán en rastrearla?
—Estamos en ello —me aseguró el agente—. Señora, esto no es responsabilidad suya. Ellos sabían lo que hacían.

Pero sí sentía responsabilidad. Porque Sofía estaba ahí afuera, con desconocidos, quizá confundida, quizá llorando, quizá preguntando por mí… y yo solo podía esperar.

Horas después, llegaron los primeros avances. Una cámara exterior, a varios kilómetros del centro comercial, captó la camioneta girando hacia una carretera secundaria que conducía a una zona industrial. Ese tipo de lugares podía ser refugio perfecto: naves vacías, bodegas abandonadas, actividad mínima en fin de semana.

La policía organizó un operativo urgente. Yo quería ir, necesitaba ir, pero no me permitieron acompañarlos. Me quedé en una sala de espera, con la sensación de que cada minuto era una eternidad malgastada.

Mi madre y mi hermana estaban a mi lado, en silencio absoluto. No quedaban excusas. No quedaba espacio para reproches. Solo miedo compartido.

Cuando finalmente un agente entró por la puerta, su expresión era grave pero contenía un atisbo de esperanza.

—Señora… creemos haber localizado el vehículo. Y hay indicios de que Sofía podría estar cerca. Necesitamos que venga para confirmar algunos objetos encontrados en el área.

Mi corazón se detuvo un instante. Objetos. ¿Qué objetos? ¿Qué habían encontrado?

Me puse de pie sin pensarlo. Cada paso hacia la salida parecía empujarme hacia un destino inevitable, uno que aún no sabía si sería alivio o devastación.

Y aquí es donde quiero invitarte, lector, a que me cuentes:
¿Qué crees que encontraron? ¿Qué piensas que pasará con Sofía? Tu idea podría convertirse en el siguiente capítulo de esta historia.