Cuando una niña con un vestido amarillo entra sola a una corporación multinacional y declara: ‘Estoy aquí para hacer la entrevista en nombre de mi madre’, nadie puede imaginar lo que está a punto de suceder.

Cuando la recepcionista del edificio de vidrio y acero vio a aquella niña de unos ocho años, cabello oscuro recogido en una coleta y un vestido amarillo mostaza impecable, pensó que quizá se había perdido. El lobby de GlobalTech, una de las corporaciones tecnológicas más grandes del país, no era precisamente un lugar para niños. Sin embargo, la pequeña caminó con paso firme hasta el mostrador, apoyó las manos y dijo con una seguridad sorprendente:

—Buenos días. Estoy aquí para la entrevista de trabajo de mi mamá. Ella no pudo venir… así que vengo en su lugar.

La recepcionista, desconcertada, tardó unos segundos en reaccionar.
—¿Cómo te llamas, cariño?
Sofía Morales —respondió sin titubear—. Mi mamá es Laura Morales, candidata para el puesto de analista contable. Tenía entrevista a las nueve.

La mujer miró el reloj: 8:58.
Entonces entendió que aquello no era una broma. La carpeta que Sofía llevaba bajo el brazo parecía real: un portafolio azul con documentos perfectamente ordenados.

—¿Está tu mamá bien? —preguntó la recepcionista con cautela.
—Sí… creo. Solo… pasó algo y no pudo llegar. Pero dijo que nunca se rinde, así que decidí venir yo —contestó Sofía, bajando la voz justo al final, como si temiera revelar demasiado.

Antes de que la recepcionista pudiera hacer más preguntas, se acercó un hombre alto y elegante: el director de Finanzas, Javier Ortega, quien iba a conducir la entrevista originalmente. Había escuchado las últimas frases y se detuvo a observar a la niña con interés.

—¿Puedo ver esa carpeta? —preguntó él, inclinándose con amabilidad.

Sofía abrió el portafolio y mostró currículums, certificados, diplomas y una carta escrita a mano. Javier frunció el ceño al ver la letra temblorosa en el papel.

—Mi mamá la escribió anoche —explicó Sofía, mordiéndose el labio—. Dijo que si algo salía mal, yo debía entregarla.

Javier leyó apenas unas líneas y sus ojos cambiaron.
—¿Sabes dónde está tu mamá ahora? —preguntó con tono grave.
Sofía dudó.
—En el hospital… pero no porque esté enferma. Fue… una emergencia. Yo tomé el autobús sola esta mañana.

La recepcionista abrió los ojos con alarma. Javier permaneció serio, calculando la situación.
—Sofía —dijo finalmente—, ¿te gustaría acompañarme a mi oficina mientras averiguamos qué está pasando?

Ella asintió. Mientras caminaban hacia los ascensores, varios empleados se giraron a mirar aquella escena improbable: una niña en un inmenso rascacielos corporativo, sosteniendo el futuro profesional de su madre entre los brazos.

Justo cuando las puertas del ascensor se cerraban, el teléfono de Javier vibró. Al ver el número en pantalla, su rostro se endureció aún más.
—No puede ser —murmuró.
Sofía lo miró, inquieta.
—¿Es sobre mi mamá?

Javier respiró hondo antes de responder.

—Sí… y tenemos un problema muy serio.

Javier invitó a Sofía a sentarse frente a su escritorio, un espacio ordenado donde reinaban carpetas meticulosamente etiquetadas y pantallas con gráficos financieros. Sin embargo, cuando él abrió la carta de Laura para leerla con detenimiento, el orden pareció desvanecerse; la situación adquiría de pronto una urgencia humana que no aparecía en ningún informe corporativo.

La carta comenzaba de manera sencilla:
“Si estás leyendo esto, quizá hoy no pude llegar a la entrevista. No quiero que pienses que no valoro la oportunidad. La verdad es que he hecho todo lo posible para mantenerme de pie, pero algunas batallas se pelean más fuerte que otras.”

Javier tragó saliva. Recordaba el nombre de Laura Morales. De hecho, él mismo había revisado su expediente la noche anterior: una mujer con experiencia sólida, excelentes referencias y años sin un empleo estable debido a una pausa laboral para cuidar a su hija y a su madre enferma. Un historial impecable… hasta que se vio obligada a encadenar trabajos temporales.

La carta continuaba:
“Si no estoy ahí, no es por falta de voluntad. Es porque anoche recibí una llamada que me puso contra la espada y la pared: el padre de Sofía, al que no veía desde hace seis años, apareció reclamando derechos que nunca ejerció. Hubo un altercado. Yo terminé en el hospital y él detenido. Sofía presenció algo que ninguna niña debería ver.”

Javier levantó la mirada hacia la pequeña, ahora sentada en el borde de la silla, apretando los puños.
—Sofía, ¿lo que dice aquí es cierto?
Ella asintió lentamente.
—Pero mi mamá dice que todo va a estar bien —agregó—, solo que… necesita este trabajo más que nunca.

El director cerró la carta con suavidad. El teléfono volvió a vibrar. Era Recursos Humanos confirmando la noticia que él temía:
Laura Morales no se presentaría hoy y, según las políticas, debía descartarse automáticamente su candidatura.

Pero antes de responder, Javier levantó la vista y miró a Sofía. Había en ella una mezcla de valentía y vulnerabilidad que le heló el pecho.
—Sofía, ¿por qué viniste sola?
—Porque mi mamá dijo que, si quería un futuro mejor, debía aprender a enfrentar las cosas difíciles. Y… porque sé cuánto necesita este empleo. Yo puedo explicarlo todo —dijo, con un hilo de voz pero con convicción.

Javier se levantó, caminó hacia la ventana y pensó. Había trabajado en corporaciones toda su vida. Sabía cómo funcionaban las reglas. Pero también sabía cuándo esas reglas dejaban de ser justas.

Regresó al escritorio, abrió el portafolio y revisó los documentos de Laura con más detalle. Todo encajaba: sólida, responsable, dedicada. Una madre que, pese a las circunstancias, jamás había dejado de luchar.

—Sofía —dijo finalmente—, no te puedo prometer nada… pero tampoco voy a dejar que tu mamá pierda esta oportunidad sin escuchar su versión.
Los ojos de la niña se iluminaron.
—¿Entonces la ayudarás?
Javier respiró hondo.
—Voy a hacer algo mejor: voy a ir al hospital y hablar con ella personalmente.

Pero justo entonces alguien golpeó la puerta de la oficina. Era un agente de seguridad del edificio.

—Señor Ortega —dijo con expresión tensa—, tenemos un problema. Un hombre está abajo, exigiendo ver a la niña.

Sofía palideció.

Javier sintió un nudo en el estómago.
—¿Un hombre? ¿Cómo es? —preguntó al guardia.
—Agitado, muy alterado. Dice que la niña vino sola y que tiene que llevársela de inmediato. No quiso dar su nombre.
Sofía se encogió, temblando.
—Es él… —susurró—. No puede estar aquí.

Aquello cambiaba por completo la situación. Javier tomó una decisión rápida.
—Sofía, vas a quedarte conmigo. Nadie va a tocarte.
Luego, dirigiéndose al guardia:
—No permitan que suba. Llamen a la policía si insiste.

Cuando el guardia salió, Javier dio un rodeo al escritorio y se arrodilló frente a la niña.
—¿Quieres contarme qué pasó exactamente anoche?
Sofía respiró hondo, reuniendo coraje.
—Mi papá volvió… borracho. Mi mamá le dijo que se fuera. Él se enojó y… la empujó. Ella cayó y se golpeó la cabeza. Yo llamé a la ambulancia.
Una lágrima resbaló por su mejilla, pero no perdió la compostura.
—Yo pensé que… que si mi mamá no llegaba a la entrevista hoy, todo lo que había sufrido no serviría de nada.

Javier sintió un peso en el pecho. Estaba acostumbrado a números, resultados, balances. Pero nada de eso se comparaba con la crudeza de lo que tenía ante sí.

—Vamos a ir al hospital —dijo con determinación—. Y después yo tomaré una decisión sobre el empleo de tu mamá.

Antes de salir, hizo una llamada a Recursos Humanos.
—Suspendan el proceso hasta nuevo aviso. Estoy evaluando información relevante —ordenó con un tono que no admitía discusión.

Minutos después, estaban en el coche oficial de la empresa rumbo al hospital. De camino, Sofía miraba por la ventana sin hablar. Javier pensaba en su propia madre, una mujer que lo había criado sola en circunstancias parecidas. Quizá por eso esta situación le tocaba tan de cerca.

Cuando llegaron, encontraron a Laura Morales en una camilla, con una venda en la frente y los ojos cansados. Al ver a su hija, se incorporó sobresaltada.

—¡Sofía! ¿Cómo llegaste aquí? ¿Qué hiciste?
La niña corrió a abrazarla.
—Fui a la entrevista por ti, mamá —confesó—. Llevé tu carta.

Laura cerró los ojos, derrotada.
—Ay Dios…
Pero Javier dio un paso adelante.
—Señora Morales, soy Javier Ortega, director de Finanzas de GlobalTech. Vine porque quiero escucharla directamente.

Ella parpadeó, confundida.
—¿Vino… por mí?
—Sí. No considero justo descartar su candidatura sin entender lo que ocurrió.

Laura relató los hechos con una mezcla de vergüenza y dignidad. No pidió lástima; solo explicó la verdad. Cuando terminó, Javier sabía exactamente qué debía hacer.

—Señora Morales —dijo con voz firme—, en GlobalTech valoramos la integridad y la resiliencia. Usted demostró ambas cosas aun en circunstancias extremas. Quiero ofrecerle el puesto.
Laura se llevó la mano a la boca, incapaz de hablar.
—Pero… ¿y la entrevista?
—Ya la hizo —respondió Javier, mirando a Sofía—. Y su representante fue extraordinaria.

Sofía sonrió por primera vez en todo el día.

Más tarde, al salir del hospital, Laura tomó la mano de su hija.
—No sé cómo agradecerte lo que hiciste.
—Mamá —respondió Sofía—, tú siempre dices que las mujeres fuertes no se rinden. Yo solo… aprendí de ti.

Javier las observó, consciente de que aquel encuentro había cambiado algo en su propia vida también.
Y mientras el sol caía sobre la ciudad, supo que, entre tantas decisiones difíciles, aquella había sido la más humana y la más correcta.